Tenía
ilusión por visitar Tailandia. Continente diferente, cultura
diferente, religión diferente, costumbres diferentes...
Lo
cierto es que el viaje no ha colmado todas mis espectativas, sin que
ello signifique que no me haya complacido. Y no ha colmado todas mis
espectativas, pues no he sabido o no he podido contactar con las
gentes sencillas del lugar para conocer mejor su ideosincrasia, en
parte por mi culpa y en parte por falta de tiempo material.
Tailandia
es un país de contrastes: enormes urbes como Bangkok, su capital, y
caseríos con una o dos casas de madera medio perdidos en la selva; altos y modernos edificios que contrastan con chabolas de madera
destartaladas; acomodados ejecutivos y gentes humildes que salen adelante
como pueden.
En
la capital, Bangkok, es donde se pueden apreciar más esos
contrastes. Basta dar un paseo por la ciudad moderna con sus
altísimos rascacielos, modernos edificios, calles anchas y bien
urbanizadas y a continuación recorrer en un “long tail” -típico
barco tailandés- cualquiera de los canales o “klongs” que surcan
la ciudad, para observar las humildes viviendas de madera, por no
llamarlas chabolas que, se a modo de palafitos se alinean a las
orillas de los canales; la suciedad que se acumula en las orillas de
estos canales y el agua sucia que circula por ellos, me inclina a
calificar estos lugares de insalubres.
Como
decía, en Bangkok se dan cita la riqueza más opulenta y la pobreza
más mísera. La gente más humilde se gana la vida de múltiples
maneras; la que más llama la atención al visitante, es quizás la
venta de comida en puestos callejeros; venta no solo dirigida al
turista, pues son muchísimos los lugareños que compran aquí su
comida y en bolsas de plástico se la llevan en su moto. Se dice que
en las casas de Bangkok se cocina poco.
Llama
también la atención el sistema de transporte que compite con el
universal taxi: el “tuk-tuk”. Los hay a millares; modernos unos y
antiguos otros, pero todos con el mismo encanto. Moverse por la
ciudad a bordo de un “tuk-tuk”, recibiendo el aire en el rostro,
da una cierta sensación de libertad dentro de la agobiante ciudad;
además, es un buen medio para no sufrir los impresionantes atascos
de tráfico.
La
gente sencilla es acogedora; siempre dispuesta a echarte una mano,
por ejemplo para orientarte si te ven consultando un mapa. Pero
también los hay dispuestos a convencer o engañar al turista; por
eso se utiliza la técnica del regateo o fijar antes el precio de un
desplazamiento en “tuk-tuk” o en taxi.
Los
templos budistas son la atracción más importante de Bangkok. Hay
cientos repartidos por toda la ciudad. Los más llamativos, como el
Wat Arun, Palacio Real, Wat Phraeo o Wat Pho, son unas impresionantes
joyas arquitectónicas que, al margen de su especial arquitectura,
deslumbran con su colorido y el dorado que lo cubre casi por completo. Y en
el interior, presidiendo el complejo, el omnipresente Buda, ya sea
sentado, reclinado, de oro, de esmeraldas … y siempre adorado por
los creyentes que a cualquier hora del día acuden a orar y a hacer
sus ritos y sus ofrendas.
En
Bangkok son de destacar los enormes atascos del tráfico rodado. A
pesar de las autopistas que cruzan la ciudad en todas direcciones, no
solo a nivel de suelo, sino también elevadas, los atascos que se
forman a las horas punta son monumentales; aún así, ni un solo
conductor hace sonar el claxon de su coche a modo de protesta.
Abandonamos
la gran urbe de Bangkok para dirigirnos hacia el norte por carretera.
Muy buenas carreteras; casi todas autovías, aunque con notables
diferencias con respecto a las españolas: no están valladas, apenas
existe la señalización vertical y lo más curioso, la posibilidad
de hacer un cambio de sentido desde el que se supone que es el carril
más rápido para incorporarse también al carril contrario más rápido,
sin olvidar que es frecuente encontrar un motorista circulando por el
arcén en dirección contraria. Como parece ser la norma, se acepta y
te adaptas; como dice el refrán “donde fueres, haz lo que vieres”.
Es cuestión de aumentar el nivel de prudencia.
También
nos llama la atención que todas las casas que se ven a los lados de
la carretera, tienen un pequeño altar dedicado a Buda, con ofrendas
como botellitas de agua, frutas, figuritas, etc.
La
historia de Tailandia se remonta a muchos siglos atrás en el tiempo.
Ciudades que otrora fueron la capital, conservan hoy ruinas de lo que
en su día fueron templos, como es el caso de Ayuthaya y Subkothai.
Esta última reúne en un amplio recinto ajardinado y cuidado con
esmero, una serie de templos realmente interesantes de visitar. Este
recinto está considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Tailandia
tuvo su protagonismo en la 2ª Guerra Mundial. En las afueras de la
ciudad de Kanchanaburi, se alza el famoso “Puente sobre el río
Kwai”. Aunque no es el original, pues el actual fue reconstruido
por los ingleses y vendido al gobierno tailandés después de la
guerra y que le dio el aspecto actual, cruzar sus 200 ó 300 m.
produce una extraña sensación que traslada de alguna forma a los
horrores de aquella guerra. Después del puente, continúa el
ferrocarril hacia la vecina Birmania, llamado de la muerte por la
gran cantidad de prisioneros que murieron en su construcción.
Siguiendo
la ruta más hacia el norte, nos encontramos con la zona de selva
tropical. La capital de esta parte del país, es Chiang Mai, la
segunda ciudad en importancia de Tailandia. Esta zona ofrece al
turista un sin fin de atracciones: zonas selváticas consideradas
parques naturales donde se puede hacer “trecking” de múltiples
dificultades, contemplar la flora, adentrarse en la selva para ver
algunas cataratas, etc., etc..
El
animal que se identifica con Tailandia es el elefante y no podían
faltar ofertas al turista teniendo a este animal como protagonista
como por ejemplo visitar las granjas de conservación donde se puede
ayudar a los cuidadores a alimentarlos, bañarlos en el río, etc. La
actividad reina es pasear a lomos de elefante o mejor dicho, en silla
a lomos de elefante, tanto por tierra firme como a través del río.
Estas actividades se complementan con un relajante paseo sobre balsas
de bambú o un divertido descenso de “rafting” por el río.
Tailandia
también ofrece al visitante interesantes áreas de descanso y playa.
Al sur del país destaca la turística isla de Phuket y muchas otras
como las Phi Phi, castigadas por el tsunami de hace algunos años.
Nosotros,
no obstante, optamos por Krabi, con menor aglomeración turística.
Decidimos alojarnos en la zona de la playa de Ao Nang; lo cierto es
que nuestro relajante hotel-resort estaba situado a 200 m. de la
playa adyacente a la anterior y que, como playa, no tiene ningún
valor: poca arena, suciedad y aguas lodosas. Ao Nang está bastante
mejor, pero no le vi el atractivo con que se publicita; el largo
paseo marítimo, que en realidad es una carretera, es un sin fin de
puestos de comida, restaurantes, cabinas de masaje, tiendas de
“souvenirs”, ...; sencillas motos con un sidecar a un lado, a
modo de “tuk-tuk” y taxis compartidos, circulan por la carretera
ofreciendo sus servicios a los turistas con un corto toque de claxon.
La
cercana playa de Raylai, a la que sólo se puede acceder en barca, sí
tiene el encanto de las playas tropicales: blanca arena, aguas
transparentes, vegetación al lado de la arena...
Desde
esta zona, se organizan excursiones para todos los gustos para
visitar otras islas. Nosotros elegimos una excursión que nos
llevaría a 4 de ellas en una lancha rápida. La primera parada fue la
isla Kho Phi Phi Leh para visitar la famosa playa donde se rodó la
película del mismo nombre. El paraje es sensacional pero la visita
en sí fue horrible por la aglomeración de visitantes que hacía
casi imposible desplazarse sobre la arena y las decenas de barcos que
a pocos metros de la arena llegaban y partían sin cesar. Para
disfrutar de esta playa y de este paraje es preciso llegar antes de
las 9 de la mañana que es cuando comienzan a llegar los barcos con
los turistas o acercarse a otras islas menos “famosas”.
Forma
parte de la excursión la realización de “snorkel”; vale la pena
contemplar la visión de los peces multicolores y del fondo marino,
sin olvidar lo relajante de la actividad.
Sin
duda, la mejor forma de apreciar la belleza de estas islas y
disfrutar de sus playas, es huir de los “tours” masivos y
cronometrados y contratar los servicios de un barquero a lo largo de
todo el día sin imposición de horarios.
Nuestro
periplo finalizó aquí, después de pasar unos cuantos días
tranquilos en nuestro resort: piscina, sol, masaje tailandés...
El
viaje de regreso resultó muy pesado, pues por economizar unos euros,
tuvimos que sufrir dos escalas lo que supuso 30 horas desde que
subimos al primer avión hasta que aterrizamos en Barcelona.
En
cualquier caso, Tailandia es un destino turístico único. Vale la
pena y lo aconsejo, pasar unas semanas conociendo una cultura, una
arquitectura, unos paisajes... diferentes.
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